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30Jan2018

Año nuevo: ¿Cae usted en el síndrome de la buena esperanza?

  • Por Cazoll
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Otro año que termina con un calendario por estrenar cargado de propósitos inalcanzables. ¿Por qué siempre nos pasa lo mismo?

Por Pilar Jericó, Retina el pais
 

 
Estamos enfilando de nuevo la época en la que siempre suena la misma cantinela: año nuevo, vida nueva. Pero a la hora de la verdad, los buenos —y repetitivos— objetivos que uno se fija en Navidad van perdiendo fuerza. En Estados Unidos, el rey de los proyectos al comienzo de 2017 fue perder peso o alimentarse mejor, seguido por centrarse en el crecimiento personal y ahorrar más, según el portal online Statistic Brain.
 
Sin embargo, un estudio de la universidad californiana de Stanford ha comprobado que más del 40% de los estadounidenses que formula diferentes propósitos para enero los acaba abandonando en las primeras semanas. En Europa, Richard Wiseman, profesor de psicología de la Universidad de Hertfordshire, quiso comprobar cuánto se comprometen los británicos con sus planes. Para ello realizó una investigación con más de 3.000 personas a las que siguió la pista durante 12 meses. El resultado no fue nada positivo: solo el 12% consiguió los objetivos que se habían propuesto.

 

Otra de las conclusiones de su estudio fue que los hombres alcanzan con mayor facilidad sus metas cuando las comparten con sus amigos y compañeros. Por ejemplo, si deciden ponerse en forma, es más fácil que lo hagan si van en grupo a hacer running. También les influye si se centran en la recompensa que supondrá lograr su fin. Las mujeres también cumplen sus propósitos si hablan de ellos con su círculo cercano, que luego las animarán a cumplirlos.

 

Lo que nos suele pasar a todos es que cuando estrenamos calendario caemos en el “síndrome de la buena esperanza”. Nos ilusiona alcanzar una meta, imaginar que acabaremos perfeccionando el inglés hasta dominarlo como Shakespeare, concienciarnos de que ya toca dejar de fumar, o que vamos a esforzarnos por salir a nuestra hora del trabajo y aprovechar más el día con otras actividades que nos hagan sentir meros robots de oficina. Pero la triste verdad es que no solemos tomarnos en serio todos estos cambios porque en el fondo creemos que es imposible.

 

Cuando pensamos que tenemos menos del 50% de probabilidades de conseguir algo, no le dedicamos mucho esfuerzo. Otro motivo por el que vamos a naufragar en nuestras intenciones se debe a lo que nos cuesta abandonar viejos hábitos. Y esto tiene una explicación científica: las neuronas encargadas de mantener la mente enfocada, de preservar la memoria a corto plazo y de realizar las tareas abstractas, que se encuentran en la corteza prefrontal del cerebro, se sobrecargan cuando tenemos un exceso de planes que llevar a cabo. Al final, para evitar dolores de cabeza, volvemos a las conductas de siempre.

 

Tampoco es de gran ayuda el dato que aportó en 2005 el psicólogo Cliff Arnall, de la Universidad de Cardiff (Reino Unido), que ha desarrollado una compleja fórmula matemática para averiguar cuál es el peor día del año. Y resulta que, según su investigación, esa fecha es el tercer lunes del primer mes del calendario. Para llegar a esa conclusión, aplicó la siguiente ecuación: ([W+(D-d)]×TQ/M×NA), en la que W es el factor climático, la D representa las deudas de la temida cuesta de enero, la d es nuestro sueldo, la T es el tiempo pasado desde Navidad, la Q el tiempo que has perdido en una idea fallida, la M es la motivación y la NA es la necesidad de emprender nuevas acciones.
 
La investigación de Arnall fue financiada por una antigua compañía de viajes para una campaña publicitaria, de ahí su cuestionada validez científica. Pero el Blue Monday, como se define este deprimente día, ha conseguido mucha repercusión en redes sociales, algunas veces asociado a marcas que aprovechan el tirón para supuestamente ayudarnos a superar esa tristeza: libros de autoayuda, complementos dietéticos, planes de vacaciones…

 

Con este panorama, ¿están nuestros deseos de comienzo de año condenados al naufragio? En absoluto. Que no sea fácil no significa que sea imposible. De hecho, existen varias claves. Como explica el propio Richard Wiseman, los objetivos deben ser realistas. Una buena idea sería ir planteándose metas cada mes o cada trimestre. También debemos tener claro si deseamos cumplir ese propósito que nos hemos planteado o si simplemente lo hacemos porque está de moda. Si no creemos realmente en la idea, tendremos pocas probabilidades de alcanzarlo. Otra cuestión: evitar la tentación. Para ello, una técnica adecuada consiste en controlar el estímulo en el momento en el que somos más capaces. Así que si lo que queremos es adelgazar, será mejor que no compremos ese delicioso dulce en el supermercado. Porque, como acabemos haciéndolo, una vez en casa es muy complicado no devorarlo.

 

También ayuda publicitar nuestros planes. Si involucramos a nuestra pareja o a un grupo de amigos en el mismo reto, será más fácil superar la pereza. Y, por último, hay que evitar las autoflagelaciones y los victimismos si flaqueamos alguna vez. Este tipo de actitudes no ayudan para nada cuando queremos remontar la situación. Porque lo importante es intentarlo, tener una actitud positiva y no hundirse a la primera de cambio. Ya tocará hacer balance a final de 2018. Para de nuevo… volver a empezar.

 

Fuente: https://elpais.com/

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