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20sep2016

Entrevista con Sheldon Solomon: el ansia por tener más.

  • Por Cazoll
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Junto con sus colegas Jeff Greenberg y Tom Pyszczynski desarrolló la teoría de la gestión del terror, una explicación para muchos patrones de comportamiento inconsciente como, por ejemplo, el ansia por tener más.

 

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DW: Sr. Solomon, ¿qué expone exactamente la teoría de la gestión del terror?
 

SHELDON SOLOMON: La teoría de la gestión del terror es nuestro intento de expresar en una par de tesis reducidas y sencillas las ideas del ya fallecido antropólogo cultural Ernest Becker, que escribió varios libros muy importantes en los años 70. Con estas tesis podemos trabajar en el laboratorio.
 

Fundamentalmente, lo que motiva el comportamiento humano según Becker es la idea de que solo los humanos somos conscientes de que vamos a morir algún día. Y esto, posiblemente, genera un miedo paralizador. Para mayor penitencia, sabemos que la muerte nos puede llegar en cualquier momento, por razones impredecibles e incontrolables. Y, como colofón, no nos gusta que se nos considere animales. Desde el punto de vista biológico no somos más que pedazos de carne que respiran y defecan.
 

Y la teoría de Ernest Becker es que lo que han hecho las personas –algo perspicaz pero no necesariamente consciente– es construir y mantener lo que los antropólogos denominan cultura. En otras palabras, desviamos el miedo a través de la creencia construida por el hombre de que vivimos en un mundo lleno de sentido y de que realizamos una aportación valiosa a este mundo. Es lo que llamamos “autoestima”.
 

Platón dijo: “Por eso quieren tener hijos, por eso quieren construir pirámides, por eso queremos escribir y componer grandes libros y sinfonías. Por eso queremos tener mucho dinero, para ser más que meros animales condenados a morir.”
 

¿Qué consecuencias tiene esto en nuestro comportamiento?
 

SHELDON SOLOMON: Cuando se trata de inmortalidad nunca tenemos suficiente. Todo lo demás, cualquier apetencia natural, se puede saciar… Sí, me gusta la pizza, pero siempre habrá un momento donde diga: “ya estoy cansado de la pizza”. Incluso en el sexo llega un momento en que uno tiene suficiente… “Necesito un descanso”. Pero el ser humano es el único cuya principal ocupación es consumir más de lo que necesita y poseer más que los de su alrededor. Y una posible explicación basada en nuestras investigaciones es que el ser humano está predispuesto a poseer muchas cosas y mucho dinero, en parte, porque desde el punto de vista psicológico le da la sensación de que puede volverse inmortal. Por eso, nunca tiene suficiente.
 

¿No es una contradicción ser consciente de la propia mortalidad y, a pesar de ello, acumular?
 

SHELDON SOLOMON: Nos pasamos la vida acumulando dinero para comprar casas grandes y poder llenar las entradas de autos, y para comprar cachivaches tecnológicos, sobre todo, las últimas innovaciones de aparatos electrónicos. Pero el caso es que siempre se llega a un punto en el que poseer más cosas ya no hace más feliz ni tampoco alarga la vida. Lo que parece contradictorio tiene, en realidad, una explicación fácil y es que nuestro deseo de no morir supera nuestra capacidad de pensar con sensatez y de considerar la posibilidad de que llegará un momento en nuestras vidas en el que ya no necesitaremos nada porque no seremos nada.
 

¿Es este un fenómeno nuevo? La gente siempre ha aspirado a tener más cosas materiales, un estatus más alto…
 

SHELDON SOLOMON: Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la mayoría de las personas no tenían mucho. La vida era corta y el ser humano se pasaba la mayor parte del tiempo buscando alimentos. Y como no existía la tecnología para la producción en masa, la mayoría de la gente no acumulaba cosas. Prevalecía la producción artesanal, las cosas se tenían que hacer con las manos. El zapatero elaboraba un zapato entero y uno podía consolarse y estar orgulloso si era capaz de hacer buenos zapatos.
 

Y luego llega la revolución industrial. La producción en masa nos abre, por una parte, la posibilidad de producir bienes de alta calidad a un precio asequible para mucha gente. Por otra parte, la organización del trabajo ha cambiado totalmente su concepción. Ahora ya no se elabora un zapato entero, sino que se le clava el tacón. Y eso, 8 horas al día durante 40 años. El zapato no es algo tuyo, no estás orgulloso de clavarle el tacón. Con ello, desaparece la posibilidad de ganar autoestima a través del trabajo propio. “Se produce un desplazamiento de prioridades”, afirman algunos. Lo importante no es la producción, sino el consumo. Se trata de un desplazamiento radical de la sensación de autoestima a través del rendimiento y la ardua producción artesanal a la sensación de autoestima producida por cifras abstractas sobre el papel.
 

Y luego está la insatisfacción permanente provocada por someterse a valores que hacen que intentemos tener siempre más y nunca lleguemos a estar enteramente satisfechos. En otras palabras, el lado negativo de todo deseo insaciable es, sencillamente, una inflación incontrolable que acaba desbordándose.
 

Habla de un cambio de valores, ¿qué papel juega aquí la religión?
 

SHELDON SOLOMON: En la Edad Media la forma más extendida del cristianismo era el catolicismo, y el catolicismo era muy claro en lo que respecta a los pecados de la avaricia y la codicia: consideraba lícito producir cosas para utilidad propia o útiles para la comunidad. Pero poseer cantidades ingentes de cosas o abusar de terceros practicando la usura se consideraba pecado mortal.
 

Entonces, la revolución evangélica se abre paso en el catolicismo y el ser humano se queda solo. Su vínculo con Dios es directo y eso es liberador y traumático a la vez, pues ¿cómo va a saber qué planes le tiene reservados el Todopoderoso? Los protestantes seguían la doctrina de la predestinación, uno viene a este mundo y su destino ya está determinado: o estás maldito y vas al infierno o se te concede la gracia y vas al cielo. Pero, ¿cómo sabe uno si está destinado a Hades o al cielo?
 

La idea aquí es que puedo saber qué me depara la voluntad divina según sean mis posesiones en la Tierra. Y si trabajo mucho y compro mucho es señal de que Dios hace que brille en mí su satisfacción. Y esto sirve de argumento para ese sostenerse a creencias religiosas que contribuye también al principal pasatiempo del mundo occidental de poseer sin límites.
 

Pero las religiones están perdiendo significado en las sociedades de estilo de vida occidental…
 

SHELDON SOLOMON: Hoy, muchos europeos occidentales y estadounidenses ya no creen realmente en Dios. Nuestra teoría es que ya no se cree en Dios pero que hay que creer en algo que le dé a uno esperanza, la esperanza de que se puede vivir eternamente. Según Becker, el dinero se ha convertido literalmente en la nueva ideología de la inmortalidad. Ya no adoramos a Dios, sino a la perspectiva de que si poseemos lo suficiente, viviremos más que los demás.
 

¿No existen otras maneras de superar ese miedo inconsciente a la propia mortalidad?
 

SHELDON SOLOMON: Existen procesos automáticos que se activan cuando pensamos en la muerte para detener estos pensamientos. Lo que sabemos es que los pensamientos inconscientes sobre la muerte se registran de diferentes formas, dependiendo de la persona en cuestión y de los valores imperantes.
 

Para superar el miedo a la muerte algunas personas se vuelven más patriotas o nacionalistas. Otros se vuelven más generosos, al menos, con ONG que supuestamente comparten su visión cultural del mundo. Otros, en cambio, se hacen más materialistas y se vuelcan en las compras; en estos casos, el miedo a la muerte refuerza la tendencia ya existente de poseer todo lo que se pueda y más que todos los demás.
 

¿Puede probarse esta tesis con experimentos?
 

SHELDON SOLOMON: Para las personas en general materialistas las compras son, básicamente, el pilar de su autoestima. Compran porque así le ven un sentido a la vida y se creen ellos mismos valiosos. Y, basándonos en experimentos donde a los participantes se les recuerda su propia mortalidad, por ejemplo, a través de preguntas en un cuestionario donde deben describir las emociones que asocian a su propia muerte, sabemos que buena parte de este afán adquisitivo tiene que ver con la negación de la muerte. A veces, entrevistamos también a gente frente a una funeraria o mostramos la palabra “muerte” tan fugazmente en la pantalla de una computadora que la persona no la llega a ver. Pero no importa de qué forma se le recuerde a la gente que un día va a morir, cuando lo hacemos, observamos siempre una constante: la gente siempre quiere tener más y mejor. Quieren Rolex y autos de lujo, quieren más dinero. En estas condiciones, el dinero, más que un medio, se convierte en un fin. Y se vuelven más codiciosos. Así que pensamos que, a veces, esa ansia de comprar responde a un impulso que es, en parte, la negación de la muerte.
 

¿Qué más observó al recordarles a los participantes su propia mortalidad?
 

SHELDON SOLOMON: Cuando nuestro propio concepto de la realidad disminuye el miedo a la muerte, nos inquietan, por ejemplo, las personas que tienen otras convicciones. Si soy un buen americano y un buen cristiano creeré que Dios creó el mundo en seis días y luego descansó. Y si luego me encuentro con alguien de Borneo, en el Pacífico sur, que dice “no, todos sabemos que el mundo surgió de un coco gigante…” Si él tiene razón, entonces yo estoy equivocado.
 

Tenemos esos sistemas de creencias que reducen el miedo a la muerte pero, como dijo Ernest Becker, “el pánico acecha siempre bajo la superficie de la consciencia como un sordo bullicio, así que, tomemos el miedo a la muerte y hagamos algo con él.”
 

Y una de las cosas que podemos hacer en comprar un montón de chorradas. Otra es tomar el miedo a la muerte y pegárselo a otras personas, dentro o fuera de nuestras culturas, y decir: “esos son los portadores del mal”.
 

Antes eran los comunistas; ahora, los terroristas islámicos. Aquí odiábamos antes a los hippies, pero ahora nos parecen bien porque los tejanos cuestan 200 dólares y los hippiesson administradores de fondos de alto riesgo. Pues ahora, odiamos a los homosexuales, ¿no? Pero, en realidad, no están tan mal, así que mejor odiamos a los viejos, a la gente que no habla inglés, etc. Y, ¿qué hacemos con esta gente? Criticarlos o intentar convencerlos de que nuestra forma de vivir es la mejor, y si no funciona, los matamos sin más. La teoría de la gestión del terror considera que la guerra es la inevitable consecuencia de la incapacidad de tolerar a las personas que no comparten nuestras creencias.
 

¿Es el ser humano egocéntrico por naturaleza o es, más bien, un ser social?
 

SHELDON SOLOMON: Todos somos un poco ambas cosas. Ernest Becker decía: “¿Saben? Queremos ganar por partida doble”. A veces queremos destacar individualmente, ser los mejores y mejores que los demás. Pero otras veces solo queremos ser parte de algo: ser un buen americano, un buen alemán, un buen argentino… Formar parte de una familia o del lugar en el que vivo.
 

Y en nuestros estudios hemos demostrado que a las personas se las puede encauzar en una u otra dirección. Gran parte de nuestro trabajo gira en torno a una cuestión: ¿qué ocurre si se le recuerda a la gente que un día va a morir? Cuando le preguntamos y le decimos a la gente “¿ves? Eres como los demás”, entonces quieren ser únicos, quieren destacar. Pero si le decimos “¡vaya, eres verdaderamente único!”, entonces quieren ser como los demás.
 

Y este pensamiento de que queremos destacar y pertenecer se puede apreciar claramente en relación con el consumo: “¡sí, quiero un Porsche porque quiero sobresalir!”. Y “sí, no quiero ir por la calle montado en un camello, pese a que en Nueva York esto probablemente sería más caro que un Porsche, porque no quiero sobresalir tanto”.
 

Pero, ¿no fomenta nuestra sociedad precisamente la codicia?
 

SHELDON SOLOMON: Se han hecho estudios sobre la inclinación de las personas a aprovecharse de las circunstancias o tergiversarlas para su beneficio. Así que creo que sería ridículo afirmar que todos podemos convertirnos en Gandhi, la Madre Teresa o Jesús. Eso sencillamente no va a ocurrir y tal vez ni siquiera sea conveniente.
 

La codicia es una complicada mezcla de fuerzas motivadoras que, en su justa medida, nos hace bien. Sería ingenuo y triste negar que esa ansia por lograr el éxito, por ser el mejor, es un motor psicológico para la creatividad, la innovación y el conocimiento. A mí, personalmente, me gusta la idea de progreso y creo que, por eso, es buena una cierta codicia. Pero creo que los conservadores están en un error al afirmar que la codicia es algo bueno y que todo intento de atenuarla –ya sea reduciéndola o desviándola en otras direcciones, es imposible e irreflexivo.
 

En “La gaya ciencia”, Nietzsche destacó que la conciencia es la estupidez más catastrófica que algún día conduciría a la destrucción de la humanidad. El argumento de Nietzsche era que quizá solo seamos seres efímeros predestinados al ocaso, porque el comportamiento que tan acertado parecía a corto plazo podría resultar ser enormemente problemático hasta que todo se precipitara en un final catastrófico.
 

¿Existe entonces una solución al dilema del estado de ánimo humano?
 

SHELDON SOLOMON: Pienso que somos fundamentalmente seres sociales y sé, por estudios empíricos, que si estamos rodeados por miembros de una comunidad en la que se ensalzan los valores de cooperación e interdependencia en lugar de valorar a cada persona por sus infinitos logros materiales, se puede cambiar a las personas de forma muy positiva. En algún momento, habrá que convencerlas de que no todo lo que hacen pero sí algunas cosas ocurren por un motivo que desconocen, para negar la muerte, y de que tienen que hallar una forma mejor de encarar el miedo a la muerte. No creo que desaparezca nunca ni creo tampoco que tuviera que hacerlo, porque creo que ser dolorosa y pertinazmente consciente de que un día moriremos nos capacita y saca lo mejor de nosotros.
 

Por eso no creo que sea relevante cuestionarnos si avanzaremos hasta un punto en el que ya no temamos la muerte. ¡Sería un disparate! Creo que parte del miedo a la muerte se debe a que amamos la vida. Por eso, la cuestión es más bien si podemos hacerlo mejor y no tanto medirnos por las habitaciones que tenga nuestra propiedad o por los Porsches que tengamos aparcados en la puerta.
 

¿Qué tendría que cambiar?
 

SHELDON SOLOMON: Durante mucho tiempo, tanto la religión como la filosofía animaron a la gente a hacerse adulta. Si, como individuos y como comunidad, somos capaces de aceptar con decencia y humildad que somos seres mortales, tendremos que hacerlo, aunque no podamos saber de antemano cómo influirá ello en nuestro entorno. Creo que es una manera de enfocarlo y que debemos movernos en esa dirección.
 

El otro enfoque es cultural y económico, un concepto cultural del mundo basado en la suposición de que un consumo ilimitado es, al mismo tiempo, posible y conveniente… Habría que verlo tal y como es: altamente problemático cuando no autodestructivo.
 

Nuestras culturas evolucionan y avanzan en direcciones diferentes. Y nosotros tenemos que apoyar perspectivas culturales que disminuyan el consumo, tanto dentro de las sociedades como entre ellas. Llevamos a cabo discusiones a alto nivel sobre lo que valoramos y luego está la cuestión de cómo lo trasladamos a nuestras instituciones económicas, de forma que nuestros propios intereses armonicen con la satisfacción de preocuparnos por los demás. Esto sería una auténtica motivación, pues, sin materialismo, el individuo se extraviaría en la ira más ciega.
 

¿Cómo podemos trasmitírselo a nuestros hijos?

 

SHELDON SOLOMON: Creo que, como se ha demostrado, la lección más importante para los niños es ser respetuoso, humilde y compasivo, desarrollar intereses propios y perseguirlos y aprender a reconocer y a rechazar las intenciones de los poderosos, ya sean de índole político, religioso o comercial, comprender los procesos cognitivos y motivadores.
 

¿Y qué les diría a los que han perdido la esperanza?
 

SHELDON SOLOMON: Intentaría consolar a las personas que sienten deprimidas, desmoralizadas y desilusionadas a causa del contacto con la dura realidad del ser humano. Les explicaría que su desesperación y su malestar son reales y que no se pueden mitigar con drogas, alcohol, compras o viendo televisión.
 

Creo que la alegría y el desenfado inherentes al aprecio total de la vida exigen también la aceptación de que la tragedia es inevitable. Siempre experimentaremos fases de sufrimiento. Creo que mi propia receta psicológica específica es aceptar que la vida también tiene momentos difíciles y, a pesar de ello, ser humildes y agradecidos por el mayor privilegio: poder estar aquí. Ninguno de nosotros decidió nacer y con que una mínima parte de nuestro ADN fuera diferente, seríamos chimpancés o plantas.
 
Personalmente, estoy muy agradecido de que se me haya concedido mi tiempo. Uno solo recorre una vez el circuito de la vida y prefiero hacerlo siendo humano que siendo una lagartija o una papa.

 

Fuente: http://www.dw.com/es/

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