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06Jun2012

¿Ha disminuido la violencia humana?

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¿Realmente ha disminuido la violencia humana?
Por Eduardo Zugasti día 5 junio, 2012
Durante la primera mitad del siglo XX, una visión preferentemente “rousseauniana” de la naturaleza humana estuvo de moda entre los académicos. Todavía no se habían encontrado evidencias arqueológicas de violencia organizada arcaica. Los estudios sobre cazadores y recolectores no mostraban una tasa de violencia alta. Según Margaret Mead, entre los Arapesh de Nueva Guinea “tanto hombres como mujeres son naturalmente maternales, amables, obsequiosos y nada agresivos”. Y las noticias sobre los primates tampoco traían noticias demasiado desagradables.

La tendencia empezó a ser socavada sobre todo a partir de la década de los ochenta, tal como explica Andrew Lawler en el monográfico de Science sobre conflicto humano. Se encontraron evidencias de guerra y asesinato entre los chimpancés. Lawrence Keeley, autor del influyente War before civilization. The myth of the peaceful savage calculó que hasta el 90% de los grupos humanos tradicionales se enzarzaron en la guerra, y todavía más sorprendente, que la tasa de muertes violentas era superior en los pequeños grupos (324 muertes por cada 100.000) que entre los más sangrientos y totalitarios estados del siglo XX (140 muertes por cada 100.000). Por si esto fuera poco, modelos matemáticos evolucionistas como el de Sam Bowles han propuesto que la guerra ancestral podría haber desempeñado un papel decisivo en la evolución de nuestra especie, y Ian Morris ha argumentado convincentemente que lo que llama “guerra productiva”, al menos en los márgenes de ciertas “latitudes afortunadas”, de hecho nos ha hecho más pacíficos en el largo plazo.

Steven Pinker se ha convertido en el defensor más conocido de la visión alternativa al cuadro “rousseauniano” sobre la violencia humana, sobre todo después de publicar The better angels of our nature en 2011. Pinker considera que los llamados “antropólogos de la paz” han impuesto un sesgo favorable sobre las sociedades tradicionales y argumenta que las sociedades se hacen significativamente más pacíficas a medida que se hacen socialmente más complejas. Aunque el mismo Pinker admite que hay importantes excepciones a las reglas, una de los principales objeciones concierne a la fiabilidad de los datos que soportan sus tesis. Quizás la distribución de la violencia humana en los pequeños grupos es demasiado variable como para extraer conclusiones generales: “Diferentes investigadores, por ejemplo asignan tasas diferentes de violencia a los !Kung. Y números diminutos en pequeños grupos hace que las estadísticas no sean fiables. Keeley cita a los esquimales polares, por ejemplo, pero dada su pequeña población, un sólo asesinato esquimal cada 50 años igualaría la tasa actual para los Estados Unidos”.

En un comentario en Science, Scott Atran resume el conjunto de las objeciones a las tesis de Pinker:
 

Gran parte de las tesis de Pinker sobre el declive de la violencia se concentra en datos fragmentarios. Incluso si las evidencias apoyan el declive de la violencia interpersonal, esto no tiene en cuenta la importante ley de distribución para las grandes guerras: desde hace unos 1500 años, son crecientemente infrecuentes pero muchas veces son más asesinas y de consecuencias más amplias que las precedentes. Cada evento más grande genera consecuencias más terribles para el mundo que el último, política, económica y socialmente. La tendencia interpersonal ha descendido durante siglos, incluso milenios, mientras que la violencia intergrupal de gran escala se ha reforzado recientemente. Pinker reconoce que esta fuerte tendencia, pero argumenta que no ha ocurrido ninguna “gran guerra” desde 1945. Confundir una reducción de 70 años en la guerra internacional con un declive de 7000 años en la violencia interpersonal implica una convergencia bastante súbita de factores que supuestamente llevan a la reducción general de la violencia: de forma creciente, la interdependencia, la conciencia y la empatía con los valores del otro, y la razón. Pocos diseñadores de políticas que conozco creen que hemos evitado la guerra nuclear porque nos hayamos vuelto súbitamente mas empáticos, más conscientes a escala global, y más razonables.
Al subrayar la gran diferencia que media entre la violencia interpersonal y la violencia intergrupal, Atran alerta sobre una visión demasiado complaciente o confiada que puede emerger de las conclusiones típicas de Pinker y Keeley. Mientras que es posible que la violencia entre personas haya disminuído en los últimos milenios, y que de hecho nos hayamos vuelto más empáticos, ni la “naturaleza humana” ni una organización social más compleja nos libran de catástrofes de gran escala.
Fuente: http://www.terceracultura.net/tc/?p=4837
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