La respuesta rápida a la pregunta de por qué la comida del avión es tan sosa y anodina pudiera ser que es comida de baja calidad. O que en Primera Clase eso no pasa. Sin embargo, hay otros motivos que influyen en el sabor de la comida que ingerimos a 10.000 metros de altura.
Según sugieren algunos estudios, incluso fomentados por las propias compañíais aéreas, el sentido del olfato cambia mucho debido a las condiciones higrotérmicas de la cabina (el grado de humedad es bajísimo, resecando la nariz: cuando la nave alcanza su altitud de crucero, a 11.000 metros de altitud, la humedad de la cabina se mantiene a niveles mínimos para reducir el riesgo de corrosión de fuselaje).
También se ve influido el del gusto, debido al cambio en la presión del aire, que adormece las papilas gustativas. El aire seco (en torno a un 15% de humedad) y la presión de la cabina provocan que se duerman un tercio de las papilas gustativas. Algo parecido a lo que sucede cuando estamos constipados.
Por ello suelen servirse platos especialmente especiados, a fin de despertar nuestro sentido del gusto. Y también es la razón de que el zumo de tomate tenga un sabor menos ácido que en tierra.
Si la comida de los trenes tampoco está muy buena es porque la empresa de catering que prepara los platos lo ha hecho hace muchas horas; y en el caso de los aviones, ha tenido que pasar por condiciones extremas de temperatura y humedad.
Además de la sequedad en la boca y las fosas nasales, hay otros que proponen que el mal sabor de la comida tiene que ver
con el oído. Un
estudio realizado por la Universidad de Manchester concluyó que los comensales reconocen peor los sabores dulces y salados cuando están sometidos a un cierto nivel de ruido blanco.
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