- 06oct2015
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¿La genética determina nuestra sensibilidad?
- Por Cazoll
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Los seres humanos son sensibles, aunque unos más que otros (concretamente el 20% de la población, según un estudio de la Universidad de Stony Brook publicado en la revista Brain and Behavior). Y las personas más sensibles tienden a responder más emocionalmente ante su entorno. Lloran viendo películas o las noticias del informativo, se lanzan a las redes sociales a compartir algo que les ha emocionado y sienten gran empatía por las personas que sufren, las conozcan o no. También suelen tender hacia los aspectos negativos de la vida más que hacia los positivos. Y esa tendencia les crea gran ansiedad, especialmente si se encuentran en un escenario que es nuevo para ellos (la llegada de un hijo, un nuevo trabajo). Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué hay gente más propensa a responder de forma más intensa ante lo que sucede en su entorno? ¿Por qué hay quien llora frente a un estímulo que a otra persona no llega a despertarle tanta emoción?
Por Abigaíl Campos Díez
“La hipersensibilidad se relaciona con la biología, la genética, la psicología y con lo cultural», explica el psicoterapeuta y divulgador Luis Muiño, «en las culturas colectivistas se fomenta más la empatía, mientras que en las individualistas se fomenta que las personas piensen más en sí mismas y sientan menos al extraño. Una cultura colectivista sería la de Cuba o China. Una individualista sería la anglosajona. España, hasta hace unos años, era colectivista y ahora cada vez está peor visto mostrar las emociones”.
En el estudio Brain and Behavior, en el que participaron otras universidades estadounidenses, se utilizaron escáneres cerebrales de resonancia magnética para constatar que las personas muy sensibles están más ligadas a su entorno. Los participantes con sensibilidad más alta mostraban patrones de activación más potentes en respuesta a imágenes emocionales (se les mostraban fotografías de caras alegres o tristes). “Este tipo de evidencias nos hace sospechar que, de la misma manera que las personas varían en agudeza visual, discriminación auditiva, razonamiento espacial o en otras capacidades sensoriales y cognitivas, también pueden hacerlo en la capacidad para percibir las emociones”, agrega José Antonio Tamayo, psicólogo del Centro Activa Psicología de Madrid.
Cuestión de genes
Un estudio de mayo de este año (Neurogenetic Variations in Norepinephrine Availability Enhance Perceptual Vividness, publicado en Journal of Neuroscience) constató que las personas con la variante genética ADRA2b mostraban más actividad en la región del cerebro responsable de regular las emociones y analizar el placer y el sentimiento de amenaza. Para las personas con esta variación, las cosas emocionalmente relevantes destacan mucho más.
Otro estudio algo anterior ya había analizado la importancia de la genética en la sensibilidad humana. La investigación, realizada por varias universidades estadounidenses, estudió el sistema colinérgico, que se activa cuando experimentamos incertidumbre ante nuevas situaciones y cómo somos de sensibles ante los estímulos. Por ejemplo, el primer día en un nuevo trabajo: no sabemos cómo será el nuevo jefe, ni el volumen de trabajo, si los compañeros serán majos… Algunas personas pueden afrontar esta nueva situación con profunda ansiedad, comportándose de forma cauta. A otros puede resultarles estimulante, provocándoles el deseo de explorar.
En el estudio se analizó el gen CHRNA4 en un grupo de 614 niños de entre 8 y 13 años reunidos en un campamento. Todos procedían de un mismo nivel socioeconómico pero la mitad de ellos habían pasado por situaciones de maltrato (físico, psicológico, por negligencia, abuso sexual). Los niños con la variación genética que habían crecido en un entorno abusivo eran más tendentes a percibir el campamento como una amenaza y los niños con la misma variación genética pero procedentes de un entorno normal, lo percibían como estimulante e intrigante. Estos resultados no arrojaban diferencia por edad, sexo ni raza.
¿Cuál es la lectura? Significa que sí, que hay una cierta variación genética que nos hace ser más propensos a la ansiedad o la curiosidad ante nuevas situaciones, pero nuestro entorno social juega un papel determinante hacia cuál de las dos maneras de afrontar la vida seguiremos. “Es un error común entender la acción de la herencia y del ambiente de manera independiente y separada, como si actuaran en momentos diferentes del desarrollo y fuera posible conocer su contribución concreta», señala Tamayo, «la realidad es más compleja y revela una intrincada relación de influencias genéticas y ambientales desde la etapa prenatal, con un peso mayor de las segundas a partir del nacimiento”. Si los genes dan cuenta de las diferencias en la sensibilidad emocional entre individuos, el entorno ambiental contribuye al aprendizaje, expresión y regulación de las emociones. “Podemos entenderlo mejor si utilizamos la analogía de la alfarería y tomamos a los genes como el tipo de arcilla y al ambiente como los distintos elementos que actúan sobre ella para darle forma”, dice el psicólogo.
Altamente sensibles
Hay incluso personas catalogadas por la psicología como “altamente sensibles” (PAS), entendiendo por tal una personalidad con la conciencia aumentada y un umbral más bajo para la detección de las sutilezas de los estímulos, tanto físicos (luces y sonidos) como sociales (rostros, detalles de la conducta interpersonal); un procesamiento más exhaustivo de la información emocional, y una mayor reactividad a los estímulos positivos y negativos. Esas personas se perciben a sí mismas más estresadas y con más síntomas de enfermedad, según el estudio The Highly Sensitive Person: Stress and physical symptom reports, publicado en la revista Personality and Individual Differences. Surge entonces la pregunta de qué le ocurre a un PAS que haya nacido en La Habana (sociedad colectivista que fomenta la empatía) y se va a vivir a Londres (sociedad individualista donde no se expresan las emociones). ¿Pesan más los genes o el entorno? “En ese caso, podría aprender a controlar lo que le haya dado la genética. Al quinto golpe que le diera la vida aprendería a retraerse, aunque sería difícil si hubiera vivido en La Habana hasta los 20 años. Porque hay una edad crítica, entre los 8 y los 15, que es cuando se produce la endoculturización, es decir, donde influye muchísimo la cultura, si te dejan o no ser sensible y desarrollar el sentimiento de culpabilidad”, concluye Muiño.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/08/26/buenavida/1440590382_289916.html
CATEGORIES psicología
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