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26Apr2018

¿Cómo pillar a un mentiroso?

  • Por Cazoll
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Aunque parezca increíble, engañar es un arte no apto para todos los públicos. Su práctica efectiva requiere de una importante actividad cerebral e implica un intenso ejercicio de memoria y control de los gestos y las emociones.
Inmaculada Ruiz, El País

 

 

Aunque intentemos controlarlo, cuando mentimos a alguien, nuestro cuerpo nos delata. No existe un detector fiable, a nadie le crece la nariz, pero sí hay pistas que nos pueden indicar el riesgo de que alguien nos está engañando.
 
La policía, los investigadores y los servicios de inteligencia de los gobiernos lo saben y se instruyen para detectarlo.Decir la verdad es un acto cerebral simple. Sólo hay que bucear en nuestra memoria, recordar los detalles de lo que vamos a contar y hacerlo tal cual. Sin florituras. Mentir, sin embargo, requiere una intensísima actividad mental, lo que al final puede llevar al error. No es fácil cambiar el relato, hacerlo coherente y, sobre todo, creíble.
 
Al construir una nueva versión tenemos que intuir o saber qué información tiene el otro para que no nos pille. Mientras hablamos, vamos calibrando las señales que emite: vemos si nos está creyendo o no, e ir así adecuando la historia. Por si fuera poco, hay que memorizar la trola que estamos soltando y evitar caer en contradicciones.
 
Por si esta labor cognitiva fuera poca, en la mentira intervienen factores emocionales muy potentes, como la excitación que nos provoca lograr colar una historia con éxito, el miedo a que nos pillen y la anticipación de la vergüenza y la culpa, si al final descubren el engaño.no debe obviarse que se necesitará mucho más tiempo del necesario para decir la verdad.
 
En esta demora y en la complejidad de sus mecanismos radica la facilidad para cometer fallos. Cualquier gesto involuntario acaba delantándonos. Al mentir tenemos dos emociones contrapuestas y enfrentadas: la excitación por el éxito y el miedo al fracaso. Intentar reprimirlas no es nada fácil: nuestros gestos las reflejarán de una u otra manera en cualquier desliz. Si a esto añadimos el control sobre el contenido de nuestro relato, hace falta una personalidad muy determinada para mantener cara de póker.
 
Según explican en el seminario Detección del riesgo de mentira impartido por la Escuela de Inteligencia de la Universidad Autónoma de Madrid, hay dos tipos de señales que nos dejan en evidencia: Las que muestran la tensión que llevamos dentro a través de movimientos faciales (como la dilatación de las pupilas, el parpadeo excesivo, el mantener la mirada con frialdad o, por el contrario, esquivarla) o corporales (movimiento de piernas, jugar con un objeto). Y las que muestran una emoción reprimida, como una casi imperceptible mueca de satisfacción o un desvío de la mirada que denota incomodidad.
 
Algo parecido a decirle a la pareja que vienes de trabajar cuando la cruda realidad impuso una visita al amante. Se puede detectar el engaño a los cinco segundos de que empiece el relato, pues en ese momento se fuerza la expresión para convencer al otro. Otra situación clave es justo al final, cuando el mentiroso se relaja y afloran sus verdaderos sentimientos (y sus incoherencias).
 
La falsedad se intuye también con los movimientos de la cabeza que contradicen el mensaje verbal, como negar algo de palabra pero asintiendo con la cabeza, o al contrario. Las manos pueden traicionarnos: usarlas excesivamente, tocarse o frotarse la nariz, la cabeza, los ojos o cubrirse parcial o totalmente la boca al hablar podrían indicar que la historia que nos cuentan es una farsa. La tensión acumulada produce un aumento de la temperatura corporal, lo que hace que tengamos mucha sed, calor, queramos desabrocharnos algún botón de la camisa, desanudarnos la corbata, quitarnos el collar. Sospeche si alguien se aprieta continuamente los labios.
 
Cuando engañamos a alguien, el cuerpo tiende a distanciarse, ya sea cruzándose de brazos o poniendo un bolso o una chaqueta en el regazo como muestra de separación. Desconfíe de los continuos movimientos de piernas o de pies, de los tics nerviosos, de los apretones de manos. Preste atención si el interlocutor no para de jugar, presionar o tocar continuamente cualquier objeto que tenga cerca.
 
Estas expresiones no van nunca aisladas. Si uno quiere averiguar la verdad, hay que examinarlas en su conjunto. Eso sí, antes que nada debe conocer bien a esa persona: saber si tiene tics, si suele hablar rápido o lento, si es tranquilo o nervioso. Las señales pueden ser engañosas. Una apariencia de frialdad, por ejemplo, es relevante en alguien normalmente inquieto. Al final, Pinocho es un cuento: no existe un mecanismo fiable para detectar la mentira, pero hay ciertos gestos que inconscientemente nos hacen dudar. Así que si quiere mentir, aplíquese este cuento.
 
Fuente: https://elpais.com/

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