- 03ago2015
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El trabajo en equipo está sobrevalorado
- Por superadmin
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Ni reuniones ni pensamiento en grupo. Es en soledad cuando podemos tomar distancia y desarrollar nuestros talentos creativos. Es decir, que antes de empezar un brainstorming debemos pensar solos, analizar introspectivamente, descartar y evaluar por nosotros mismos. Es necesario crear un clima propicio para luego, cuando nos juntemos con los demás, empezar la lluvia de ideas y así, tal vez, al contrastarlas y contraponerlas a otras, crezcan y se desarrollen.
Por Gabriel García de OroEl brainstorming es una técnica muy utilizada en la creatividad publicitaria que consiste en reunirse para disparar las ocurrencias que se nos vienen a la cabeza y encontrar la mejor solución. Tiene sus reglas y, en cierta manera, funciona. Pero no tanto como para convertirlo en la única herramienta creativa. Según Keith Sawyer, psicólogo de la Universidad de Washington, ni tan siquiera es una buena manera de generar ideas desde cero: “Décadas de investigación han demostrado que los grupos de brainstorming piensan menos ideas que el mismo número de personas que trabajan solas y más tarde ponen en común sus impresiones”. Es decir, que antes de empezar la tormenta debemos pensar solos, analizar introspectivamente, descartar y evaluar por nosotros mismos. Es necesario crear un clima propicio para luego, cuando nos juntemos con los demás, empezar la lluvia de ideas y así, tal vez, al contrastarlas y contraponerlas a otras, crezcan y se desarrollen.
Las falsas doctrinas de la creación en grupo se extienden más allá de las agencias de publicidad. Adrian Furnham, psicólogo organizacional, nos advierte de que “si tienes en la empresa personas con talento y motivadas, debes alentarlas a trabajar solas cuando la creatividad o la eficiencia es la más alta prioridad”. Las escuelas tampoco se salvan. Hoy se educa en la tendencia del trabajo en equipo y la creatividad compartida. Esto es lo que denuncia Susan Cain, que en 2012 dio una de las conferencias de la organización TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño) titulada El poder de los introvertidos y que ya han visto más de 11 millones de personas: “La típica aula tiene un montón de escritorios, con cuatro, cinco, seis o siete niños mirándose entre sí, participando en incontables tareas de grupo. Incluso en materias como matemáticas y escritura creativa, que podrían considerarse espacios de pensamiento solitario, ahora se espera que los niños actúen como miembros de un comité”.
Sin duda el antónimo de creatividad es comité. Existe una sentencia que corre por los departamentos de diseño que asegura que “un dromedario es un galgo creado por un comité”. Esta queja, que se ha convertido en todo un clásico, se atribuye a sir Alec Issigonis, ingeniero que desarrolló el Mini, el automóvil que se convirtió en un icono británico y en una innovadora manera de concebir la movilidad urbana.
A quien la palabra “comité” le resulte lejana y piense que es cosa de corbatas, mesas brillantes y salas enmoquetadas, se equivoca. Todos podemos acabar actuando como inoperantes miembros de uno de ellos, basta con que varias personas opinen acerca de una idea tratando de buscar una solución común. Lean y seguro que nos suena:
La negociación. El ser humano es el único animal capaz de negociar. Eso está muy bien y es muy loable si queremos evitar conflictos, guerras o establecer un contrato social, pero no es la mejor manera de innovar. Porque en una negociación siempre hay renuncias, que nunca son creativas. El esquema base es el siguiente: cada miembro del comité querrá hacer sus aportaciones, aunque sea para justificar su presencia. Con el fin de que sea aceptada mi contribución, y de no sentirme rechazado por el grupo, estaré dispuesto a aceptar propuestas de los demás, incluso si no me convencen. Así, poco a poco, ese galgo diseñado para correr y con una excepcional belleza aerodinámica se va transformando en un robusto camello capaz de aguantar días sin beber. Pero esa no era la idea
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Miedo al error. Cuando ya se ha negociado, se diluye la responsabilidad. Ese camello tan feo ahora es de todos, lo que también significa que no es de nadie. Se comparte el error y no existe un solo responsable a quien atribuirle el fallo. Pero sin fallo no hay creatividad. Nadie que no sea capaz de asumir el error, de responsabilizarse enteramente de las cosas que no salen bien, o de aceptar que se ha equivocado puede trabajar creativamente. De los errores se aprende y a través de ellos somos capaces de convertirlos en éxitos futuros.
El silencio. Se ha negociado, se ha diluido la responsabilidad y se ha perdido la esencia de esa buena idea, y sin embargo todos callan. No hay nadie capaz de levantar la mano y decir que eso no funciona, que esa cosa que ahora tenemos en la mesa es peor. Y como el miedo al error, el silencio es un gran enemigo de la creatividad. Debemos tener el coraje de decir lo que pensamos, por más incómodo que le resulte al grupo. Si lo hacemos, descubriremos que tal vez otros se animan a ser sinceros y a lo mejor, incluso, salvamos al galgo.
Lo colectivo tiene sus virtudes, por supuesto, pero no por ello debemos obviar que para desarrollar nuestra creatividad y enriquecer nuestro mundo interior necesitamos encontrar momentos de soledad. Estar conectados con los demás es algo maravilloso y las nuevas tecnologías nos abren grandes posibilidades, pero previamente hemos de ser capaces de conectar con nosotros mismos. Buscar momentos de soledad, pero sin querer estar aislados. Disfrutar de nuestra propia compañía para ser mejores para los demás. Si queremos pensar de forma creativa, debemos saber hacerlo solos. Es así como podremos desarrollar nuestro potencial. Mejorar y crecer.
Pero es posible que, si no estamos acostumbrados a ello, al principio nos resulte difícil. Que nos encontremos perdidos y al poco rato tratemos de escapar de la soledad con un sentimiento de frustración que no es el deseado. Por eso, si nuestra intención es reconectar con nuestro yo creativo, que solo florece en soledad, es bueno seguir este pequeño proceso:
Tomar distancia del problema que queremos resolver. Y para ello lo mejor es ser capaces de describir lo más exactamente posible el reto que tenemos delante. Imaginemos que queremos hacer un regalo muy especial a nuestra pareja. Solo con esta información no vale. Contémonos a nosotros mismos (si hace falta, en voz alta) todos los datos importantes. Ya los sabemos, ¡claro!, pero debemos ponérnoslos enfrente para así tener la perspectiva idónea. Cada nuevo dato será material muy valioso. Como decía Sherlock Holmes: “Datos, datos, datos, necesito datos. ¿Cómo puedo hacer ladrillos si no tengo arcilla?”.Explorar alternativas, por absurdas que nos parezcan. Es uno de los grandes placeres de pensar solos. Podemos transitar todo tipo de caminos creativos sin tener que dar explicaciones o avergonzarnos de ello. Nadie nos ve. Nadie nos oye. Fuera timideces y corsés. Es el momento de adentrarse en cualquier tipo de solución sin ruborizarnos por ello. Nosotros mismos ya veremos cuáles de ellos merece la pena mantener como candidatos a “idea genial” o cuáles no.
Anotemos las soluciones que hayamos ido seleccionando como posibles buenas ideas. Eso significa escribirlas. Sacarlas de nosotros mismos y ponerlas delante para, como hemos hecho con el problema que deseamos solucionar, tomar distancia. Escribir las ideas que ya tenemos nos llevará a tener más ideas, se activará la escritura creativa. En ese momento debemos seguir, dejándonos llevar por la afluencia que nos llega de esos rincones a los que, curiosamente, se accede sin el pensamiento consciente y que conectan con territorios maravillosos que ni nosotros mismos sabíamos que existían.
Decidamos entre todo el material recopilado. Esta es la parte más racional del proceso y entran en juego nuestras intenciones, motivaciones o expectativas. Por buena que sea una idea que se nos ha ocurrido, si creemos que no funciona o no nos sentimos cómodos, matémosla. El creativo es, además de creador, un gran asesino de ideas propias. No le tiembla el pulso. No se aferra a ellas. No le dan lástima. Si no funcionan, si no las ve, las mata. Para ello debemos tener coraje, valentía, y saber que, si nos equivocamos, habremos aprendido algo que aplicaremos en el próximo desafío.
Compartir con los demás. Es también una parte importante de este camino. Al exponer una idea a una persona de confianza, a veces vemos su potencial o nos damos cuenta de que no suena tan bien como lo hacía en soledad. También es muy posible que el otro aporte un punto de vista que enriquezca la idea. Pero, sea como sea, deberemos, en última instancia, decidir nosotros. De lo contrario, es posible que acabemos convirtiendo ese precioso galgo en un dromedario que no satisfaga a nadie.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/07/16/eps/1437063764_113932.html
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