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13nov2014

Gary Becker, el gran economista del comportamiento humano

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Con la pérdida de Gary Becker, fallecido en mayo de 2014 en Chicago, a los 83 años, la economía pierde a uno de sus grandes pilares. Sus aportaciones se usan hoy en sociología, ciencias políticas, demografía o criminología. Ganó el Nobel de Economía en 1992 y ha sido uno de los autores más citados de las ultimas décadas

Por Pablo Suanzes

 

Gary Becker: interpretar el comortamiento humano desde la economía.

Gary Becker: interpretar el comportamiento humano desde la economía.


 
Brillante, incisivo y excepcionalmente creativo, Becker no fue uno más. No fue siquiera un Nobel más. Su trabajo, desarrollado a lo largo de seis prolíficas décadas, supuso un antes y después en la disciplina y en las ciencias sociales en general, y los efectos se sienten todavía en los más diversos campos.
 
Gary Becker rompió moldes investigando sobre discriminación (su tesis doctoral, después convertida en libro), racismo, la familia, educación, capital humano (ahora un término habitual, entonces un tabú), el salario mínimo, el altruismo, la inmigración, el coste de los restaurantes, competencia o democracia, convirtiéndose en uno de los autores más citados entre sus pares, quizás el economista más importante del siglo, y llevándole a ganar el Nobel en 1992.
 
Becker fue diferente porque nunca quiso estar en una torre de marfil, ni se escondió detrás de matrices y ecuaciones. Justin Wolfers explica que para Becker la economía no era tanto un campo de estudio como un método de análisis, uno que combinar con otros para entender el comportamiento humano y comprender, de verdad, el funcionamiento de la sociedad. Incluso en sus partidos de tenis en Chicago, que jugaba maximizando la utilidad de cada uno de sus golpes contra adversarios mucho más jóvenes.
 
Y del marco analítico que construyó se benefician hoy la sociología, la disciplina que siempre amó y de la que nunca se separó; la ciencia política, la demografía, el derecho (al que se acercó de la mano de su amigo el juez Posner en un blog imprescindible). Incluso la criminología.
 
Su paradigma se sustentó sobre la idea de que los seres humanos toman decisiones por un motivo, que valoran pros y contras, barajan opciones y responden a incentivos. Que hay interés propio, egoísmo, búsqueda de la riqueza, sí, pero no sólo ni siquiera principalmente. Becker insistió una y otra vez en que todos respondemos a múltiples estímulos e influencias. El banquero, el adolescente enamorado y el drogadicto. Y por ello, prácticamente todo aspecto del comportamiento humano no le es o no le debería ser ajeno a la ciencia económica.
 
Es por eso mismo que la academia sueca le concedió el más preciado galardón en 1992. «Por haber extendido los dominios del análisis microeconómico a un rango más amplio del comportamiento y la interacción humana, incluyendo comportamientos fuera del mercado».
 
Su análisis servía para explicarle a un país todavía segregado que la discriminación tiene un enorme coste para la nación y para los discriminados, pero también para los propios discriminadores. Una visión extraña, inesperada y francamente impopular durante una década, hasta que la lucha por los derechos civiles de los años 60 le trajo la popularidad. Y eso que argumentaba en términos muy fríos, estudiando costes para un empresario por discriminar por raza o sexo a un trabajador productivo y competitivo.
 
Servía -sirve- para analizar a mediados de los 70 del siglo pasado la decisión racional detrás de los delitos, como hizo en Crimen y castigo: un enfoque económico. Para él, el crimen se explicaba en buena parte por el precio. Delinquir es, muchas veces, barato. Por eso, los ladrones o asesinos, actores racionales que en el fondo quieren maximizar su bienestar como cualquier otra persona, pero por medios ilegales, toman decisiones.
 
El crimen es una actividad que genera y obliga a gastar una cantidad ingente de dinero, por eso le molestaba que los economistas ignoraran una «industria» tan importante. De hecho, a Becker le gustaba decir, un poco para escandalizar, que «existe una cantidad óptima de crimen» en cada sociedad. No es que no le gustara la utopía de un mundo sin delincuencia, algo que suena imposible pero que quizás pueda llegar a serlo. Sino que el precio que tendrían que pagar los ciudadanos por algo así sería insoportablemente alto, y por tanto, no deseable.
 
Sus teorías sirven para intentar comprender el complejo mecanismo (más social que económico quizás) por el que los restaurantes o los eventos deportivos fijan los precios. Si de verdad responden a la oferta y la demanda, ¿por qué no es más caro salir a cenar un sábado que un martes? ‘A Note on Restaurant Pricing and Other Examples of Social Influence on Price‘. Para él, la clave no es tanto que los propietarios no quieran espantar a la clientela subiendo precios, sino que nuestra demanda de ciertos bienes o servicios depende de hecho de la demanda de otros, por lo que interesa que haya mucha gente deseando ir en vez de subir el precio hasta lograr equilibrio. Quizás es porque nos gustan los sitios de moda y no queremos estar desfasados. O quizás, y sobre todo en el caso de la comida, porque pensamos, consciente o inconscientemente, que si hay tanta gente deseando ir es porque la calidad es alta. En todo caso, las razones para el éxito son en sí un misterio, o producto de factores difícilmente controlables.
 
Sirve para buscar un enfoque diferente (y muy polémico) para el fenómeno de la inmigración. Becker, a diferencia de otros liberales, era partidario de limitar la entrada de extranjeros, y defendía subastar el derecho a residencia, otorgándoselo a quien proporcionara un mayor beneficio neto.
 
Su marco sirve también para analizar el matrimonio o encontrar pareja. Para Becker, las personas se casan para enriquecerse. Pero ojo, al igual que cuando aborda el interés propio, no se refiere (o no sólo) a dinero, sino a enriquecimiento personal, a mejorar. Al tema le dedicó un célebre paper de 1973 titulado A Theory of Marriage, una teoría del matrimonio, donde parte de una idea de mercados en equilibrio y valora el peso de las diferentes variables y su productividad marginal.
 
Las parejas no son «comerciales», pero pese a todo, generan bienes con valor. Y si uno no cambia a menudo de ellas, es por el coste. Becker fue incluso más allá en su Treatise on the Family, seguramente el documento publicado más influyente en la investigación de modelos teóricos sobre el matrimonio. En él analiza las familias como pequeñas unidades de producción, pequeñas fábricas, en las que los conceptos económicos más básicos (oferta y demanda, incentivos, comportamientos, riqueza, distribución de recursos) tienen una validez absoluta.
 
De ahí surgió el famoso Teorema del niño malcriado que analiza las familias como unidades productivas en las que si el cabeza gana lo suficiente para mantener al resto, lo más racional para todos es maximizar el marco, incluso sacrificando sus propios ingresos personales. Y si unos padres se enfrentan a un hijo malcriado (o malo) entre su prole, lo mejor es compensar económicamente a sus hermanos cada vez que él hace una trastada, una actitud que le incentivará a cambiar su comportamiento.
 
Un enfoque que completaría después en Altruism, Egoism and Genetic Fitness: Economics and Sociobiology, donde analiza casi con teoría de juegos las relaciones entre personas generosas y egoístas en los diferentes colectivos.
 
El enfoque analítico desarrollado en Chicago le sirvió para intentar encontrar una solución económica al uso de bienes ilegales, como por ejemplo las drogas. Si la prohibición y la guerra no sirven (y tras costar ingentes cantidades de dinero, de vidas y de mandar a decenas de miles de personas en todo el mundo a prisión, no han servido) quizás haay que intentar algo más simple: legalizar y gravar. Y desde luego,despenalizar la posesión y el consumo de marihuana, una posición no muy habitual para una persona más bien conservadora y de 83 años. Y sustentada sobre la idea de la «adicción racional», entendida como un plan para maximizar un beneficio en el tiempo.
 
La economía es útil, incluso, para estudiar algo tan delicado como el suicidio. Becker, junto a su inseparable Posner, lo hizo hace una década en Suicide: An Economic Approach, un artículo en el que parte de la sociología clásica, de Durkheim, para desarrollar, con métodos económicos, un análisis del comportamiento. Se lamentan los autores de que los enfoques más habituales aborden el suicidio bien como producto de una vergüenza social o de problemas mentales, cuando, como ha ocurrido históricamente en India o Japón, puede ser una respuesta racional a un problema. Un estudio especialmente complicado, pues la primera mujer de Becker, Doria Slote, se suicidó en 1970 dejándole con dos hijas menores de edad a su cuidado.
 
Becker, extremadamente cortés y cuidadoso con sus formas, no eludía sin embargo una discusión. Le confesó a Steven D. Levitt que disfrutaba con las críticas, pero que no hubiera soportado que no le hicieran caso. Y cuando discutes durante seis décadas, mezclas disciplinas y escribes una columna en una revista popular durante dos décadas, las posibilidades de meter la pata se multiplican.
 
En una entrevista en 2010 en The New Yorker, Becker no tenía reparos en aceptar y asumir críticas sobre los límites del libre mercado y las debilidades del marco teórico que nos llevó (o al menos no evitó) a la crisis. Como por ejemplo, la hipótesis de los mercados eficientes. No era fácil pillarle en un renuncio, ni que admitiera haberse equivocado. En los seminarios en Chicago era famoso por preguntarle a todos los alumnos, ¿en qué evidencia se sustenta eso? Y cuando la evidencia es clara, hay que rectificar.
 
Becker asumía que «el libre mercado no es perfecto, que tiene fallos y debilidades. Que hay cosas que todavía no comprende bien y muchas otras que no alcanza a corregir, como la última crisis ha demostrado. Sabía que ‘la libertad no puede tenerse a un bajo precio’, pero también que no es una lucha sin esperanza. Y por eso, a los 83 años, seguía trabajando cada día. Y por eso, a los 83 años, seguía siendo un incansable optimista.
 
Becker pensaba que la economía no era un juego en manos de unos cuantos académicos en sus despachos, sino un campo y un medio fundamental para los seres humanos. Una herramienta para comprender y resolver problemas. Y es lo que intentó enseñar a sus alumnos desde los años 50, «a pensar como economistas, a olvidar la disciplina de lo cómodo o lo políticamente correcto y a pensar con rigor y con disciplina».
 
Pensaba, como George Bernard Shaw, que la economía es el arte de sacarle el máximo provecho a la vida. Y durante 83 años, no se dedicó a otra cosa.
 
Fuente:http://www.elmundo.es/economia/2014/05/10/536a5b1f22601d314e8b4587.html

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