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19ene2018

Aunque no lo creas, es bueno que tu hijo te diga mentiras

  • Por Cazoll
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¿Por qué algunos niños comienzan a mentir a edades más tempranas que otros? ¿Qué los distingue de sus compañeros más honestos? Para ser breves, la respuesta es que son más listos.
Por ALEX STONE , New York Times.
 

 

¿Deberían preocuparse los padres cuando sus hijos comienzan a engañarlos?

 

Es muy probable que la mayoría de nosotros responda que sí. Creemos que la honestidad es un imperativo moral e intentamos inculcar esta creencia en nuestros hijos. Los cuentos clásicos moralistas como Pedro y el lobo y Pinocho hablan de los peligros de la deshonestidad y en ocasiones se piensa que los niños que dicen muchas mentiras o que comienzan a mentir desde que son muy pequeños tienen un desarrollo anormal que los predispone a causar problemas más adelante en su vida.
 
Sin embargo, hay estudios que muestran que es todo lo contrario: mentir no solo es normal, también es una señal de inteligencia.
 
Algunos estudios han descubierto que los niños pueden darse cuenta de las mentiras y mentir desde que tienen apenas 2 años. En un experimento, se les pidió a los menores no dar un vistazo a un juguete escondido detrás suyo mientras el investigador se iba de la habitación diciendo cualquier pretexto. Minutos después, el investigador regresaba y le preguntaba al niño si había echado un vistazo o no.
 
Este experimento, diseñado por el psicólogo del desarrollo Michael Lewis a mitad de la década de 1980 y realizado con cientos de niños desde entonces, ha resultado en dos hallazgos que son consistentes incluso cuando se aplica con pequeños cambios. El primero es que la mayoría de los niños echará un vistazo al juguete a los pocos segundos de haberse quedado solo. El otro es que un número significativo de ellos miente al respecto. Al menos un tercio de los niños de 2 años, la mitad de los niños de 3 años y el ochenta por ciento o más de los niños de 4 años para arriba negarán su transgresión, sin importar cuál sea su género, etnicidad o la religión que profese su familia.
 
Los niños también son considerablemente buenos para mentir. En una serie de estudios adicionales con base en el mismo modelo experimental, se le mostró a una variedad de adultos —incluyendo a trabajadores sociales, maestros de escuela primaria, oficiales de policía y jueces— un video de niños que estaban mintiendo o diciendo la verdad sobre haber cometido una transgresión, con el objetivo de ver quién podía distinguir a los mentirosos.
 
Sorprendentemente, ninguno de los adultos (ni siquiera los padres de los niños) pudo detectar las mentiras de manera constante.
 
¿Por qué algunos niños comienzan a mentir a edades más tempranas que otros? ¿Qué los distingue de sus compañeros más honestos? Para ser breves, la respuesta es que son más listos.
 
El profesor Lewis descubrió que los niños pequeños que mienten sobre haber echado un vistazo al juguete tienen un coeficiente intelectual verbal mayor que el de aquellos que no mienten; la diferencia es de hasta diez puntos. (De hecho, los niños que no echan el vistazo al juguete son los más inteligentes de todos, pero son una excepción).
 
Otra investigación mostró que los niños que mienten tienen mejores “funciones ejecutivas” —facultades y habilidades diversas que nos permiten controlar nuestros impulsos y que nos mantienen enfocados en una tarea—, así como una capacidad intensificada para ver el mundo a través de los ojos de otros —un indicador clave de desarrollo cognitivo conocido como la teoría de la mente—. (Es algo revelador que los niños con trastorno de déficit de atención e hiperactividad, que se caracterizan por contar con una funcionalidad ejecutiva más débil, y aquellos con trastornos del espectro autista, que se caracterizan por tener problemas en cuanto a la teoría de la mente, tienen dificultades para mentir). Los pequeños mentirosos incluso son más equilibrados emocionalmente y adeptos socialmente, según estudios recientes en estudiantes de preescolar.
 
Al psicólogo Kang Lee, que ha estudiado el engaño en niños por más de dos décadas, le gusta decirles a los padres que si descubren a su hijo mintiendo a los 2 o 3 años, deberían celebrarlo. Pero si tu hijo está quedándose atrás, no te preocupes: puedes acelerar el proceso.
 
Capacitar a los niños en funcionalidad ejecutiva y en la teoría de la mente mediante diversos juegos interactivos y ejercicios en los que desempeñan algún rol puede convertir a los honestos en mentirosos en cuestión de semanas, según descubrió el profesor Lee. Y enseñar a los niños a mentir mejora sus calificaciones en pruebas de funcionalidad ejecutiva y teoría de la mente. En otras palabras, mentir es bueno para tu cerebro.
 
Los descubrimientos suenan paradójicos para los padres. Queremos que nuestros hijos sean lo suficientemente listos para mentir, pero también moralmente reacios a hacerlo. Además, hay momentos en los que la seguridad del niño depende de que nos digan la verdad, como en casos que involucran maltrato o abuso. ¿Cómo podemos hacer que nuestros hijos sean honestos?
 
En general, motivarlos con incentivos funciona mejor que hacerlo con amenazas. Los castigos severos como los golpes tienen efectos reducidos en cuanto a disuadir la mentira, según indican los estudios, y además pueden ser contraproducentes. En un estudio, el profesor Lee y la psicóloga del desarrollo Victoria Talwar compararon los comportamientos honestos de niños en edad preescolar de África occidental de dos diferentes escuelas: una empleaba medidas punitivas, como castigos corporales, para disciplinar a sus estudiantes y otra favorecía los métodos más contenidos, como reprimendas verbales y visitas a la dirección. Los estudiantes de la escuela más severa fueron más propensos a las mentiras y también mucho mejores para mentir.
 
Por su parte, los profesores Lee y Talwar descubrieron que el ser testigo de cómo los demás reciben halagos por ser honestos y extenderles a los menores invitaciones no punitivas para que digan la verdad —por ejemplo: “Si me dices lo que realmente pasó, estaré muy agradecido contigo”— promueven un comportamiento honesto.
 
También funciona una simple promesa. Varios estudios muestran que los niños, incluso aquellos que ya tienen 16 años, son menos propensos a mentir acerca de sus fechorías y las de otras personas si antes prometieron decir la verdad; es un resultado que se ha replicado en varios análisis. La psicoterapeuta Angela Evans también descubrió que los niños son menos propensos a echar un vistazo al juguete mientras el investigador deja la habitación si antes prometen no hacerlo. Curiosamente, esto funciona incluso con niños que no saben el significado de la palabra “promesa”. Simplemente establecer un acuerdo verbal –“Diré la verdad”— logra el cometido. Parece ser que para cuando dejan de ser bebés los niños ya entienden el significado de hacer un compromiso verbal con otra persona.

 

En cuanto a aquellos cuentos o fábulas con moralejas, te conviene evitar los de mayores amenazas. El profesor Lee y otros descubrieron que leer historias a los niños acerca de los peligros del engaño, como Pedro y el lobo y Pinocho, no logran disuadirlos de mentir. Por otro lado, leerles historias en las que la honestidad es laudada —la fábula del padre fundador estadounidense George Washington y un cerezo, por ejemplo—, sí reduce la cantidad de mentiras, aunque hasta cierto punto.
 
La clave para alentar un comportamiento honesto, tal y como lo afirman el profesor Lee y sus colegas, es dar mensajes positivos que enfaticen los beneficios de la honestidad en lugar de las desventajas del engaño.
 
Podrías también simplemente pagarles a tus hijos por ser honestos. En investigaciones que involucran a niños de 5 y 6 años, el profesor Lee y sus colegas añadieron un incentivo monetario para decir la verdad sobre una fechoría.
 
Los niños ganaban dos dólares por mentir, mientras que confesar les otorgaba ganancias de cantidades que iban de cero a ocho dólares. La pregunta de la investigación era: ¿Cuánto cuesta la verdad?
 
Cuando la honestidad no pagaba nada, cuatro de cinco niños mentían. Esa cantidad casi no creció cuando el pago se aumentaba a dos dólares, la misma ganancia que mentir. No obstante, cuando la honestidad se compensaba 1,5 veces más que el valor de la mentira –tres dólares en lugar de dos— la balanza se inclinaba a favor de la verdad.
 
En otras palabras, la honestidad se puede comprar, pero a precio mayor. El profesor Lee descubrió que el valor absoluto en dólares es irrelevante; lo que importa es el valor relativo: la tasa de cambio entre la honestidad y deshonestidad, por llamarlo de alguna manera.
 
“Su decisión de mentir es táctica”, dijo el profesor Lee. “Los niños están pensando en términos proporcionales”. Niños listos, sin duda.

 

Fuente: https://www.nytimes.com/

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