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06Jan2014

¿Es el fin de la vida privada?

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Una fascinante exposición de fotografía en un museo de Fráncfort se pregunta por el concepto de lo privado en tiempos de nuevas tecnologías. ¿Han acabado las redes sociales con los antiguos límites entre lo público y lo privado? ¿A quién le importa?
Por: Hernán D. Caro

 

La obra 'My Bed' (1998), de la artista británica Tracy Emin. Foto: EFE

La obra ‘My Bed’ (1998), de la artista británica Tracy Emin. Foto: EFE

 

En una de las salas, el visitante puede contemplar adolescentes semidesnudas tomando fotos de sí mismas con sus iPhones. Una de ellas imita la pose a la que nos han acostumbrado algunas películas pornográficas: el trasero levemente exhibido en ofrenda implícita al espectador. Otras, la estética de la seducción de los avisos publicitarios: la mirada lasciva y los dedos en la boca, o los labios húmedos en proceso de darle un beso al aire. Son las fotos del estadounidense Evan Baden. En otra sala una mujer da a luz. Una y otra vez en lapsos de doce minutos. Vemos su cara pasar del placer al martirio, y de allí a la extenuación. Vemos los pliegues más íntimos de su cuerpo empapados de sí mismos y del parto, y pensamos, con una mezcla de repulsión, atracción y simple estupor, que el milagro de la vida también puede ser turbador cuando se lo examina con la intensidad orgánica y sanguinolenta con que lo hace este video: se trata del corto Window Water Baby Moving (Ventana, agua, bebé en movimiento), de 1959, en que el cineasta experimental norteamericano Stan Brakhage documenta el nacimiento de su primer hijo. Y una tercera sala exhibe las fotos que Leigh Ledare hace de su madre teniendo sexo con jóvenes de la edad de su hijo. Las tomas se titulan “Mother Fucking in the Mirror, “Mom on Top of Boyfriend” o “Blow Job”. Ningún otro nombre podría describir mejor el contenido de las fotos.

¿Es el fin de la vida privada? ¿Se ha convertido la privacidad en un bien público? La exposición Privat, en la prestigiosa Galería Schirn en Fráncfort del Meno, Alemania, muestra hasta el 3 de febrero del próximo año cómo el arte ha reflexionado acerca de estas preguntas en las últimas décadas. Más de treinta artistas contemporáneos, entre quienes se encuentran Andy Warhol y el artista y activista chino Ai Weiwei, examinan de modo tan elocuente como chocante qué puede significar que nuestra intimidad haya dejado de ser propiedad privada.

 

“El mundo que nos espera”

“Hasta hace algunos años lo privado ocurría a puerta cerrada, en el círculo familiar o de amigos, [pero hoy en día] la esfera privada forma parte del mundo exterior”, comenta la curadora de la exposición, Martina Weinhart. Las obras expuestas en la Schirn indagan en qué medida “nuestra relación con la privacidad se está negociando todo el tiempo”. En términos teóricos, ellas ilustran el concepto de post-privacy, que describe un estado de “completa exposición y disponibilidad de lo privado” y que surgió en el 2009 en el marco de la discusión sobre el papel de las redes sociales en Internet.

Algunas de las obras indican que en ese estado nos encontramos desde hace tiempo. Por ejemplo, el colectivo de artistas belgas Leo Gabin reúne fragmentos de videos de gente dándose golpes en la calle, borrachos a punto de caer de bruces o de chicas –una vez más semidesnudas– bailando en sus casas. Videos privados, dirían algunos, pero ya que todos ellos provienen de YouTube, se trata, a fin de cuentas, de videos públicos. Y están también las fotos ampliadas de Mark Wallinger de cabezas desencajadas con los ojos cerrados y las bocas abiertas y babosas: personas durmiendo en los metros. Aquí, observa la curadora, vislumbramos una imagen completa del mundo de la postprivacidad: el mundo de la “transparencia total de la vida privada”.

Para críticos como Melanie Mühl, periodista del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, la perspectiva de un mundo dominado por aquella “transparencia” es aterradora. Para ella, las obras de la Schirn no son solamente insinuaciones graciosas o alegorías con ánimo de alborotar. “Esta exposición –sostiene– debe ser entendida como una advertencia”. El mundo que allí encontramos es nada menos que “el mundo que nos espera”, en que la esfera privada ha desaparecido “como si se tratara de una idea anticuada y ridícula que bien podemos tirar a la basura”. Aquellas personas dormidas, escribe Mühl, somos cada uno de nosotros: observados, registrados y expuestos en uno de nuestros momentos más vulnerables y más íntimos. Y somos también, querrán añadir muchos, aquellas adolescentes exhibicionistas, obligadas por el espíritu de los tiempos voyeuristas que corren a presentar nuestra vida íntima en bandeja de plata.

 

La vida privada como objeto público: una larga historia

¿Pero es en verdad la conversión de la vida privada en bien público un resultado de la presunta “depravación” actual? Ya en 1974, el sociólogo estadounidense Richard Sennett denunciaba en El declive del hombre público la “tiranía de la intimidad” en la cultura contemporánea, y diagnosticaba que el discurso sobre lo público ha sido reemplazado por una suma de obsesiones y discursos sobre la vida privada. Según él, este proceso se inició, no como algunas madres preocupadas podrían pensar, con la aparición de Facebook, sino en el siglo xix, cuando en las grandes ciudades se empezó a imponer la idea de que el intercambio social equivalía a la manifestación de la personalidad individual. Por otra parte, hace algunos años un documental de la BBC titulado El siglo del yo (2002) contaba la historia de cómo las corporaciones, con ayuda del psicoanálisis (más exactamente, de Edward Bernays, el sobrino de Sigmund Freud), descubrieron a inicios del siglo xx cómo explotar los deseos, las angustias y las esperanzas privadas para fines mercantilistas. Y para no ir más lejos, se podría mencionar también la invasión de la vida privada practicada por gobiernos no solo totalitarios y los llamados “organismos de seguridad”, en la forma de escuchas telefónicas, recolección de datos personales o control urbano con cámaras. (En Alemania, hasta hace poco algunos grupos políticos consideraban incluso los censos de población como un abuso del “estado de control”). Visto en detalle, pues, el supuesto “fin de la vida privada” no es un fenómeno reciente.

Y no obstante, es indudable que en los últimos años la explosión de la esfera privada ha experimentado una aceleración radical y adoptado una forma particular gracias a nuevas tecnologías (como los celulares que permiten tomar fotos y hacer videos) y a Internet. ¿En qué consiste esa forma de la explotación de la vida privada que Internet parece haber estimulado?

Los principales frentes en los que se “negocia” nuestra relación con la privacidad en la Red parecen ser dos. Uno de ellos está representado por empresas como Google, Apple o Amazon (para nombrar solo las más conocidas), que emplean su acceso privilegiado a nuestros datos personales para elaborar un perfil cada vez más preciso: qué escribimos en nuestros mensajes electrónicos, qué averiguamos en las máquinas de búsqueda, qué productos compramos en la Red, qué música, qué películas, qué libros nos interesan. Este perfil es valioso, pues permite crear y enviar publicidad prácticamente personalizada. El tamaño y la influencia de estas empresas crecen exponencialmente mientras usted lee este texto, y nada indica que dejarán de hacerlo. Que la explotación de nuestra vida privada por parte de los gigantes de Internet sea un atropello, es discutible. Al fin y al cabo ella ocurre, acaso no con nuestro consentimiento expreso, pero sí gracias a nuestra apatía. El mejor ejemplo de ello son las modificaciones en el manejo y almacenamiento de datos privados que Gmail (con 423 millones de usuarios) introduce regularmente y que la mayoría de nosotros acepta sin mayor protesta, aunque a menudo ignoremos qué consecuencias implican. Es un poco como las fotos de Wallinger.

 

¡Bienvenidos a mi mundo!

El segundo caso es uno de los fenómenos sociales más fascinantes e inquietantes de los últimos años, en el que todo aquel que visita la exposición Privat piensa inevitablemente: Facebook. Desde su lanzamiento en el 2004, Facebook ha logrado reunir casi mil millones de usuarios activos y compite con Google por ser la página de Internet más visitada del mundo entero. Nadie puede negar que las redes sociales de Internet han redefinido en menos de diez años el modo en que nos relacionamos unos con otros. Y ante todo, Facebook (y, en buena medida, también Twitter: quinientos millones de usuarios) ha transformado sustancialmente el modo en que nos exhibimos, haciendo posible para cualquiera bombardear a su círculo de conocidos con todo tipo de imágenes e informaciones sobre sí mismo, y más aún, haciendo que ese bombardeo sea en apariencia imprescindible para estar conectado con el mundo. “Lo privado es una norma social que se ha vuelto obsoleta”, ha dictaminado un experto en el tema: Mark Zuckerberg, el creador de Facebook. Estas palabras un tanto siniestras quieren enaltecer el hecho de que la red social haya dado voz a miles de individuos dispuestos a exponer sin mayores reparos detalles de su vida privada que probablemente no revelarían a un desconocido en la calle. Pero también justifican que Facebook se sienta en completa libertad de registrar cada uno de los likes y el resto de actividad social de sus usuarios (a este respecto es recomendable leer el ilustrativo artículo “Facebook Is Using You” (“Facebook te usa”), publicado por la abogada Lori Andrews en el New York Times en febrero de este año).

Ahora bien, cabe preguntar, de nuevo, si “obsolescencia” o “fin” son realmente términos adecuados para describir los efectos de Facebook sobre nuestra intimidad. En su libro Tales From Facebook (Historias de Facebook, 2011), el antropólogo Daniel Miller reflexiona sobre la distancia que existe entre aquello que publicamos en Facebook y quiénes somos “en verdad”. A pesar de la avalancha de material público que leemos sobre personas en Facebook, escribe Miller, a menudo, al conocerlas personalmente, nos sorprende ver cuán poco conocemos a estas personas en realidad. Y en el capítulo titulado “Avatar”, Miller retrata a una mujer quien “revela cómo ser extremadamente pública en Facebook es su forma de mantenerse extremadamente privada en otros aspectos”. Del mismo modo, uno puede preguntar si “Esta noche me siento absolutamente feliz”, “Comiendo hot-dog en el Central Park”, “El amor no paga”, o un par de fotos en biquini, dan verdaderamente una idea de la persona privada detrás de ellas, o si no son más bien formas de escenificarse que más que relevar, enmascaran.

Uno tiene la impresión de que en el mundo Facebook nos hallamos, más que frente a la evaporación de la vida privada que algunos lamentan, en una fase más de su historia, del proceso aquel de “negociación” con nuestra privacidad. En esta fase, la intimidad parecería haberse convertido en un producto; esto es, en una cosa frente a la cual nos comportamos como si tuviéramos que venderla. En el caso de Google & Co. la mercantilización de la privacidad se impone, por así decirlo, desde arriba. En el de Facebook, proviene de nosotros mismos, en la forma de proyecciones idealizadas, provocadoras o sencillamente cándidas del modo en que querríamos ser percibidos. ¿En qué medida corresponden esas proyecciones a la realidad? Difícil saberlo. Una posible respuesta a esa pregunta la daba a inicios del año el Huffington Post, según el cual 25 por ciento de los usuarios de Facebook suministra información falsa, aunque “la práctica viole los términos de servicio de Facebook” (frase esta que produce un cierto placer). Otra respuesta es insinuada por una de las fotos de Evan Baden en la exposición del Schirn, que muestra a una adolescente posando en ropa interior para una cámara sobre un escaparate. Detrás de la chica, apoyado contra la ventana, se distingue un aviso que dice: “Life Is About Creating Yourself” (“La vida se trata de crearte a ti mismo”).  Acaso ese lema banal diga más sobre la actual fase de la historia de la privacidad que mil tratados de filosofía juntos.

¿Pero si lo privado no ha desaparecido, en qué se ha convertido? Quizá la única respuesta posible a esta pregunta última sea una definición negativa e inmensamente simple: lo privado es lo que no exponemos, lo que somos cuando nadie nos mira, lo que no estamos dispuestos a compartir en la Red; aquello que quizá podamos proteger mejor lanzando al mundo cientos de imágenes disparatadas de nosotros mismos. Qué sea eso exactamente solo lo puede saber cada cual. Por ello mismo, la cosa que para cada uno de nosotros es “lo privado” parecería (aun a pesar de Facebook) estar a salvo. Suponiendo, claro está, que cada cual sepa qué es esa cosa.

 

Fuente: http://www.revistaarcadia.com/impresa/arte/articulo/el-fin-vida-privada/30774

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