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30May2012

¿Son confiables las ciencias humanas?

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¿Podemos fiarnos de las ciencias humanas? Por Eduardo Zugasti, 28 mayo de 2012

Más que para evidenciar la existencia de fenómenos parapsicológicos, el trabajo de Daryl Bem parece haber servido para recordar uno de los defectos predilectos de las ciencias humanas, y concretamente de la psicología: la exacerbada tendencia a publicar resultados positivos.

De hecho, los investigadores que trabajan dentro de las llamadas “ciencias humanas” encuentran muchas más facilidades para publicar resultados que confirman una hipótesis, y muchas más dificultades para publicar resultados que la echan por tierra. Según un trabajo de Daniele Fanelli, esta tendencia concuerda con la hipótesis llamada de la Jerarquía de las Ciencias: “en algunos campos de estudio (que llamaremos en adelante “duros”, los datos y las teorías hablan más por sí mismos, mientras que en otros campos (los “suaves”), los factores sociológicos y psicológicos -por ejemplo, el prestigio de los científicos dentro de la comunidad, sus preferencias estéticas, sus creencias políticas y todo tipo de factores no cognitivos- desempeñan un papel mucho más importante en las decisiones de la investigación, desde las hipótesis que son puestas a prueba a los datos que se recolectan, se analizan, se interpretan y se comparan con estudios previos.”

Este mayor apego del investigador a las cosas que investiga, y quzás esta mayor vulnerabilidad de los científicos humanos al tristemente célebre sesgo de confirmación, es una característica de la “cultura” de las ciencias humanas que se refleja en la publicación de más resultados positivos. Cuánto menos “dura” es una ciencia, y cuánto más cerca está de los prejuicios humanos del propio autor, más resultados positivos publica:
 

Resultados positivos publicados por disciplina. 

Según Ed Yong, que ha llevado este tema hasta Nature, a veces las consecuencias son graves y pueden dar lugar a que la mala conducta científica pase desapercibida o bien sea difícil de diagnosticar. Yong menciona el caso de Diederik Stapel, un psicólogo social que fabricó falsas pruebas para documentar efectos supuestamente discriminatorios sobre las personas en determinados “ambientes desordenados” (por ejemplo, una sucia estación de tren). Sus conclusiones fueron aceptadas por 30 revistas, y fueron bien recibidas por el público, probablemente porque eran conclusiones demasiado sexys para resistirse. Otro caso más conocido, que tampoco ha quedado impune, es el del psicólogo animal Marc Hauser, profesor en Harvard hasta 2010.

El problema con la metodología de las ciencias humanas es que no se trata de una curiosidad para eruditos, especialmente cuando se emplean los resultados científicos para avalar decisiones políticas con un gran impacto potencial. Las ciencias humanas hablan de las cosas que más nos interesan pese a que, como en su día reconocía August Comte, siguen siendo las menos desarrolladas. Otros van más lejos, como Jim Manzi, y son profundamente escépticos con el empleo de las ciencias humanas como base para tomar decisiones políticas. Pero no deberíamos ser radicalmente negativos. Como argumenta el mismo trabajo de Fanelli, será cierto que el rigor científico es inversamente proporcional a la complejidad del campo de estudio, pero al fin y al cabo las diferencias entre las ciencias “duras” y “blandas” podrían ser sólo de una cuestión de grado, no de esencia. El hecho de que estemos discutiendo abiertamente sobre estos problemas, y de que los fraudes claros no consigan pasar desapercibidos, también indica que las ciencias humanas con una vocación realmente experimental no son un caso perdido.

Fuente: http://www.terceracultura.net/tc/?p=4735

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